Hablar con guías cambió mi vida




Soy una persona normal, o eso creía hasta hace unos años. Vivía y pensaba como todos los demás, cumpliendo el guión que me habían mostrado desde niña: estudiar una carrera, buscar un buen trabajo, casarse, tener hijos, formar una familia. Nunca me planteé cosas como hablar con mi alma, conectar con la divinidad y, mucho menos, comunicarme con mis guías. No es que no creyera en esas cosas, es que en mi mundo ni siquiera existían.

Un día, la vida se encargó de desmontar todos los cimientos sobre los que había construido mi fantasía. Me di cuenta de que aquella voz que me hablaba desde adentro, diciéndome siempre lo mismo, esto no es lo que yo quería para mí, era mi alma, y necesitaba ser escuchada. Es más, o la escuchaba o me moría. Sí, me moría, porque la realidad que había creado me asfixiaba: un matrimonio vacío, un trabajo sin alegría, unos hijos que me pedían atención y cariño. La atención y el cariño que yo no me daba a mí misma. La enfermedad llegó como un aviso, para recordarme que ya no podía postergarme más.

Entonces me decidí a cambiar mi vida y los acontecimientos se precipitaron. La energía se movió para conducirme hasta las personas apropiadas. Ellas me hablaron de cosas que me resultaban raras y, al mismo tiempo, me atraían profundamente. Somos luz, decían. Dios está en nuestro interior. Tenemos un guía… ¿Un guía? Sí, un ser de luz que nos ayuda constantemente, que nos acompaña siempre y que nos cuida. ¿En serio? Eso sería maravilloso. La soledad se acabaría.

Sin pensarlo dos veces me decidí a hablar con mi guía, aunque ni siquiera lo conocía, y la magia se abrió paso en mi vida. Sus consejos me ayudaron a ordenar mi mente, para cambiar la perspectiva desde la que me miraba a mí misma y a los demás. Adquirí valor y confianza para dar los pasos que me pedía el corazón y, poco a poco, fui descubriendo mi propósito de vida.

Un día, cuando menos lo esperaba, sentí que llegaba un nuevo guía. Alguien demasiado conocido, demasiado idílico, demasiado relacionado con la religión. Pero había aprendido a confiar sin cuestionar, mientras la experiencia sucedía, y le dejé hablar. Durante tres horas, esa voz me dictó un mensaje para el mundo, con una fuerza tan grande y con una claridad tan extraordinaria que no pude pensar en nada más que en copiar todo lo que me dictaba. El mensaje no podía perderse en el vacío.

Cuando acabó, aquella voz me dijo: mañana aquí, a la misma hora. Respondí que sí, por supuesto. Yo siempre había querido ser escritora, pero nunca tuve tremenda inspiración.

En sólo tres meses acabé el libro. Confieso que escribía para sentir aquella intensa sensación. Más allá de las palabras, el mensaje transmitía una energía tan elevadora que, en contacto con él, me sentía plena, rozando la dicha.

Al acabar el libro, aquella voz me dijo que se llamaría Las Enseñanzas de Jesús, y yo entré en conflicto. ¿Por qué? Yo no quería saber nada de religiones y aquel título era realmente confuso. Lo que había escrito no tenía nada que ver con las enseñanzas de Jesús que a mí, de pequeña, me habían inculcado. Aquello era un mensaje distinto, una pauta para vivir en armonía con uno mismo y con los demás, un libro de autoayuda que contemplaba todos los aspectos del Ser, incluida el alma, y que mostraba el camino a seguir para no perderse en los laberintos del ego y de la desconexión interna.

Quise cambiarle el título, pero él insistió. Debía llamarse así para llegar a las personas que creían en él y en el mensaje que se había difundido oficialmente. Un mensaje que no tenía nada que ver con lo que realmente dijo.  Nada de culpas, nada de castigos, la verdad se encuentra en el interior de cada ser humano y todos podemos descubrirla escuchando al corazón.

Me dijo que invirtiera todo el dinero que había ahorrado en publicar el libro y que confiara, porque saldría bien. Y así fue. Lo llevé a los cursos que ofrecía, para ayudar a las personas a entrar en contacto con sus guías, y la gente me lo quitaba de las manos. Cuando lo leían me compraban más para regalarlos. Decían que les había ayudado tanto que tenían que compartirlo con los demás, sin desprenderse de su ejemplar. No hice ninguna campaña de publicidad. Eso, creo que lo hizo él.

Un día se puso en contacto conmigo el editor de Faro. Había leído el libro y quería publicarlo en su editorial. En ese instante sentí un pellizco en el corazón. Ya había escrito otros libros canalizados, pero aquel era mi tesoro y me costaba entregarlo sin más. Pero entonces volví a oír su voz con gran claridad: ¿Vas a dejarme volar?, y supe que no me podía negar.

A día de hoy, más de tres mil personas han leído el libro y continúan recomendándoselo a sus amigos y a todos los que sienten que les puede ayudar. Muchos lo llevan a todas partes, porque lo usan como libro de consulta y orientación. El libro te da un mensaje si lo tomas en tus manos y le pides ayuda o fórmulas una pregunta. Anímate probar. Ábrelo y comienza a leer el párrafo hacia el que tus ojos se dirigirán. Te aseguro que te sorprenderás.

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